Esposa, hermana, maestra, hija, soñadora, viajera… hay muchas palabras que describen a Ana, pero ninguna puede contener todo lo que la convierte en la fotógrafa que es. Apasionada por su profesión, se describe a sí misma como fotógrafa de bodas, amante de los perros y catadora de quesos.
A menudo dice que tiene su armario en Coimbra, pero se pasa más noches en los aeropuertos que en su colchón. Ella fotografía los días felices de sus clientes por todo el mundo, de Lisboa a Nueva York, de Londres a Montreal, de Roma a Copenhague.
Permanecer demasiado tiempo en un lugar hace que se sienta inquieta, por lo que ha vivido en cuatro países y habla cinco idiomas con fluidez (y algunos más no tan bien).
Su trabajo es distinguido por los colores naturales, luz intensa y mucha emoción: en lugar del ángulo perfecto o el lugar idóneo, Ana persigue la risa más fuerte, la lágrima más inesperada y el abrazo más fuerte. Ha sido publicada en muchas revistas importantes, pero ella cree que su trabajo solo tiene valor cuando hace que alguien sonríe incontrolablemente mientras revive su día.